La meditación nos plantea tres escenarios para su práctica o implementación. Para comenzar tenemos la práctica en grupo que se desarrolla generalmente en los centros de meditación y monasterios. Luego está la práctica diaria en solitario que cada practicante lleva a cabo en su casa diariamente –generalmente temprano al levantarse- y finalmente, la práctica constante en medio del escenario de la vida cotidiana.
Comenzamos por abrir nuestra mente al hecho de que la felicidad que todos buscamos no la encontramos afuera junto a otros como hemos venido pensando, sino que se trata más bien de un estado interior que puede ser logrado por todo ser humano. Seguidamente, gracias a la precisa metodología de la práctica Shámata –llamada también meditación de la tranquilidad- vemos con claridad que la causa de nuestros sufrimientos e insatisfacciones tampoco está afuera ni es responsabilidad de algo o alguien en particular, sino que más bien, son nuestros estados mentales, tendencias, emociones negativas, ideas preconcebidas, juicios de valores y etiquetas en general, los que nos llevan a vivir la vida de la manera en que lo hacemos, limitando nuestras posibilidades de llevar una existencia plena de satisfacciones y alegrías.
Siendo así, el practicante que recién se inicia asume con conciencia una actitud de renuncia. Pero ¿de qué clase de renuncia estamos hablando?
Alguien dijo una vez que si hoy es como es, es porque ayer fue como fue y que si queremos que mañana sea diferente, tenemos que comenzar a hacer algo ahora mismo. Pues bien, a menos que renunciemos a continuar alimentando nuestros patrones negativos de comportamiento, que dejemos de emitir juicios y descalificaciones de manera irresponsable, de consentirnos como si aún fuésemos niños pequeños, de vivir campantes llevándonos a todos por delante al pretender obtener la comodidad que deseamos, podremos pasar treinta años meditando –por decir poco- y no lograremos nada. Es así de simple.
De modo que comenzamos por generar la motivación de ir renunciando poco a poco a estos comportamientos negativos habituales para abrirle paso a una actitud y una manera de actuar que surgen del genuino deseo de que tanto nosotros como los demás seres podamos ser felices.
Se me ocurre que podríamos comenzar preguntándonos qué es lo que estamos buscando cuando decidimos aprender meditación.
Si apenas comenzamos a familiarizarnos con el tema de las tradiciones espirituales, es natural que nos preguntemos qué es el Budismo y qué beneficios puede proporcionarnos a los venezolanos en el siglo XXI algo que surgió en la India hace más de dos mil quinientos años.
Hay quienes piensan que aprender meditación es un lujo, un capricho o simplemente una moda. Sin embargo, los que la conocen saben que es más bien un asunto de primerísima necesidad. Aun cuando sea cierto que todo el planeta está viviendo tiempos difíciles, esa no es la razón por la que debamos buscar la meditación, pues incluso en medio de los momentos más apacibles vividos por el hombre, nunca ha dejado de ser indispensable en nuestras vidas.
Todos buscamos felicidad y su búsqueda nos agota. Sin embargo, lo que nos muestran las enseñanzas es, que lo que nos agota no es la búsqueda en sí, sino hacerlo en el lugar equivocado.
Quizás lleven algo de tiempo oyendo hablar acerca de la meditación. Es probable que hayan leídos artículos y algunos libros, que hayan asistido a cursos, talleres, e incluso conocido maestros de meditación. Sin embargo, la impresión que tenemos es que aún así, muchas personas no acaban de entender realmente de qué trata la meditación, porque por una u otra razón, prevalece la tendencia a limitarla a los ratos que pasan sentados sobre el cojín y desconectarla totalmente del resto de la vida diaria. Es cierto que cuando hablamos de meditación estamos hablando de una técnica, pero también estamos hablando del estado mental producto de la aplicación de esa técnica. Es decir, aprendemos meditación para vivir totalmente centrados en el momento. Aquí. Ahora.
Cuando buscamos enseñanzas espirituales huyendo de problemas e insatisfacciones, esperamos que estas nos ayuden a distanciarnos de la experiencia de esa vida cotidiana que nos agobia, pero al hacerlo, incurrimos una vez más en nuestra conocida tendencia a la evasión. Lo que nos dicen las enseñanzas del Buda es que si continuamos evadiendo todo lo que está pendiente por resolver en nuestras vidas, continuaremos privándonos a nosotros mismos de la oportunidad de liberarnos definitivamente de lo que realmente constituye «la causa» de todos estos problemas e insatisfacciones. También nos dicen que «la causa» de nuestros pesares no está afuera sino dentro de nuestra propia mente. Por eso necesitamos aprender meditación. Esta nos brinda la posibilidad de entrar en contacto profundo con nosotros mismos, de ser honestos en la mirada, de encarar nuestros temores y acercarnos a la verdad.
Cuando pequeños, tendemos a asustarnos con sólo pensar acerca del infierno. Creemos que se trata de un lugar terrorífico que está en alguna parte. Vamos creciendo y vivimos la vida arrastrando un sin fin de equívocos. Distorsiones e ideas preconcebidas acerca de cómo son las cosas y los seres nos mantienen andando por un camino que conduce siempre a alguna forma de sufrimiento.
Nuestra percepción y común interpretación de las circunstancias nos lleva a pensar que existen muchas. Con frecuencia palpamos su presencia en nuestras vidas, en la de nuestros familiares, amigos, conocidos, dentro de la comunidad, el país, el planeta…, y cuando tratamos de enderezar las cosas basándonos en lo que para nosotros es bueno o malo, con frecuencia terminamos generando rabia, resentimientos, malestar físico y mental, descontrol y agresividad. Generamos mucha negatividad. Esa negatividad nos perjudica tanto a nosotros mismos como a los demás y terminamos sembrando las mismas malas hierbas que queríamos erradicar.