CENTRO BUDISTA

Karma Thegsum Choling (KTC)

Caracas, Venezuela

Representación oficial del Linaje Karma Kagyu

María Mercedes Márquez

Nacida en Caracas, comenzó sus estudios de Budismo Tibetano el año de 1976 en la ciudad de Nueva York, donde permaneció durante 3 años recibiendo enseñanzas e iniciaciones de SS el XVI Karmapa, el Venerable Kalu Rimpoche y el Ven. Khempo Karthar Rimpoche, de quien fue dicípula durante más de cuarenta años.

Formó parte del grupo de fundadores del primer Centro KTC en New York, y posteriormente colaboró en la recuperación de lo que vendría a ser la sede original del Monasterio KTD. Ha sido directora general y maestra del KTC desde su fundación en 1981, y desde entonces se ha dedicado a la traducción de los textos utilizados como fundamento de las enseñanzas, oraciones y prácticas de meditaciones impartidas en el KTC.

De igual modo, ha estado a cargo de la planificación de las diversas actividades presenciales y por Zoom que ofrece el KTC y también de su diseño, promoción y difusión.

Reflexiones sobre el dharma

Se me ocurre que podríamos comenzar preguntándonos qué es lo que estamos buscando cuando decidimos aprender meditación.

¿Qué es lo que estamos buscando?

Guiados por un impulso interior –que no proviene precisamente de nuestra confusión como podríamos creer, sino más bien de nuestra propia sabiduría esencial- arribamos a la meditación llenos de preguntas e incomodidades respecto a nosotros mismos; de cuestionamientos y dudas acerca de la vida, de la felicidad, de nuestras relaciones con los demás; con temores respecto al dolor, la neurosis, los sentimientos, las emociones, la enfermedad, la muerte…, y cuando miramos más a fondo bajo esta superficie de incongruencias y sin sentidos, lo que encontramos es el anhelo fundamental de todo ser humano de lograr una completa reconciliación consigo mismo y el mundo, porque sabemos que sólo así podremos experimentar genuina felicidad y vivir en paz.

Nos hemos dado cuenta, o al menos intuimos que estar en paz con los demás y las circunstancias exige que primero estemos en paz con nosotros mismos. Lo que buscamos es una reconciliación con nosotros y el mundo.

Esta reconciliación -que también podemos llamar felicidad, satisfacción o tranquilidad- se lleva a cabo a través de un proceso de investigación interior y descubrimientos, donde se establecen, o más bien se re-establecen, los canales apropiados para lograr una genuina comunicación con nosotros mismos, con los demás seres y el mundo en general.

Aquí estamos hablando de una metodología muy precisa llamada «meditación» desarrollada hace más de dos mil quinientos años por el Buda Sakyamuni a través de su propia experiencia personal. La práctica regular y consistente de la meditación es fundamental para lograr el éxito permanente de este proceso de transformación interior que nos conduce a la experiencia de una existencia plena de significado y genuinas satisfacciones.

Si apenas comenzamos a familiarizarnos con el tema de las tradiciones espirituales, es natural que nos preguntemos qué es el Budismo y qué beneficios puede proporcionarnos a los venezolanos en el siglo XXI algo que surgió en la India hace más de dos mil quinientos años.

Puede que en las publicaciones que revisen encuentren discrepancias que les confundan, pues hay quienes hablan acerca del Budismo como si se tratase de una religión, otros lo ven más bien como una filosofía y otros como una ciencia. Lo ubican dentro del campo de las ciencias de la mente.

De hecho, podríamos decir que el Budismo es todo esto. Sin embargo, de considerarlo como religión, es conveniente tener en cuenta que se trata de una tradición religiosa que carece de dogma de fe y más bien hace énfasis en la experiencia personal del practicante.

Por otra parte, al comenzar a practicar nos vamos entrenando conocer a fondo nuestra personalidad y a interactuar con la vida diaria de manera más acertada y beneficiosa para todos. A partir de allí vamos evolucionando y desarrollando nuestra espiritualidad utilizando precisamente todas nuestras circunstancias cotidianas como combustible en el camino. Por esto es que también se le considera como una filosofía, como una forma de ver y vivir la vida.

Finalmente, cuando profundizamos en las enseñanzas, también conocidas como el «Dharma», nos damos cuenta de que lo que Buda hizo fue estudiar y trabajar su propia mente. Al igual que cualquier otro investigador científico, se planteaba preguntas y buscaba respuestas, sólo que en su caso lo hacía dentro de su propia mente utilizando la meditación como herramienta y basándose en su propia experiencia personal. Experimentando una y otra vez durante muchos años, finalmente alcanzó lo que se conoce como el estado mental despierto, la iluminación. Se convirtió en un Buda.

El estado búdico es algo a lo que todos podemos aspirar. No se trata de un beneficio que nos llegará de afuera sino por el contrario, alude a una transformación interior que conduce a descubrir, dentro de nosotros mismos la calidad de mente que ya poseemos, la esencia de nuestra propia mente. Sólo tenemos que emprender el camino para alcanzarla.

Ese camino es la meditación.

Habiendo sido impartidas por vez primera hace más de dos mil quinientos años, las enseñanzas de Buda llegan hoy hasta nosotros en toda su pureza y profundidad. Gracias al esfuerzo y dedicación de incontable cantidad de maestros realizados, el Dharma ha venido transmitiéndose en forma ininterrumpida de maestro a discípulo para beneficio de todos y las enseñanzas siempre se mantienen tan frescas como cuando las impartió el Buda, porque cada practicante se encarga de actualizarlas a través de su propia experiencia de vida.

Hay quienes piensan que aprender meditación es un lujo, un capricho o simplemente una moda. Sin embargo, los que la conocen saben que es más bien un asunto de primerísima necesidad. Aun cuando sea cierto que todo el planeta está viviendo tiempos difíciles, esa no es la razón por la que debamos buscar la meditación, pues incluso en medio de los momentos más apacibles vividos por el hombre, nunca ha dejado de ser indispensable en nuestras vidas.

Generalmente hablando, consideramos como nuestra primera necesidad tener buena salud. Seguidamente, contar con un trabajo estable que nos permita cubrir la comida que nos alimenta, la ropa que nos abriga, el techo que nos cobija, la escuela donde educamos a nuestros hijos, el entretenimiento que nos permite el disfrute, etc., y cuando hablamos de salud, nos referimos a no padecer ninguna enfermedad física que nos impida trabajar, dando por sentado que nuestra mente está bien porque no padecemos de ninguna «enfermedad mental».

Al detenernos un poco más en esto observamos que, al considerar la ansiedad, la inquietud, la preocupación, la depresión, el temor, la expectativa, los celos y el estrés como algo normal en el ser humano, no hacemos mayor cosa por evitarlos. Sin embargo, bien podemos decir que no sólo la esquizofrenia o la paranoia son enfermedades mentales, todos los estados mencionados anteriormente también lo son, sin embargo, lo verdaderamente grave está, en que son estados tan generalizados que los vemos como «normales».

Pero pensemos por unos instantes… Si hemos vivido momentos donde ha estado ausente la ansiedad, ese simple hecho debería ser suficiente para revelarnos que nuestro estado mental natural es aquel donde la ansiedad no existe.

Si hemos vivido momentos donde han estado ausentes la inquietud y la preocupación, ese simple hecho debería ser suficiente para revelarnos que nuestro estado mental natural es aquel donde la inquietud y la preocupación no existen.

Si hemos vivido momentos donde han estado ausentes la depresión o el temor, la expectativa, los celos o el estrés, ese simple hecho debería ser suficiente para revelarnos que nuestro estado mental natural es aquel donde estos no existen.

La meditación como «estilo de vida» nos libera de todos estos estados alterados permitiéndonos disfrutar de salud, apertura, satisfacción y tranquilidad.

Todos buscamos felicidad y su búsqueda nos agota. Sin embargo, lo que nos muestran las enseñanzas es, que lo que nos agota no es la búsqueda en sí, sino hacerlo en el lugar equivocado.

Tendemos a asumir como más importante y significativo lo que sucede supuestamente «afuera», ignorando que lo que llamamos «vida» es toda una experiencia global donde no hay adentro y afuera; donde todo es pura interdependencia.

Narramos nuestra vida a medida que la vamos viviendo, pero poco nos interesamos por ver cómo damos los pasos. Lo que nos interesa es andar, como si en eso estuviese todo. Sin embargo, llegado cierto momento hacemos un alto, hay un despertar y comenzamos a estudiar y aprendemos meditación. Poco a poco nos vamos dando cuenta de que tenemos que «reorientar» nuestras vidas y liberarnos de nuestras ideas preconcebidas para poder ver las cosas como realmente son; que si queremos ser realmente felices, debemos liberarnos de esta forma de ser que persigue una fantasía y todo lo que encuentra es sufrimiento.

Seguimos estudiando y meditando; poco a poco van cambiando nuestras prioridades, nos vamos dando cuenta de que cada día nos resulta más fácil vivir confortablemente en medio de nuestras circunstancias y que eso se debe a la integración de las enseñanzas en la vida diaria.

Podemos entender, podemos tener claros todos los conceptos, podemos conocer muchas enseñanzas, pero si no practicamos, si no llevamos a la acción aquello que hemos aprendido, no podrá darse nunca una verdadera transformación interior.

Quizás lleven algo de tiempo oyendo hablar acerca de la meditación. Es probable que hayan leídos artículos y algunos libros, que hayan asistido a cursos, talleres, e incluso conocido maestros de meditación. Sin embargo, la impresión que tenemos es que aún así, muchas personas no acaban de entender realmente de qué trata la meditación, porque por una u otra razón, prevalece la tendencia a limitarla a los ratos que pasan sentados sobre el cojín y desconectarla totalmente del resto de la vida diaria. Es cierto que cuando hablamos de meditación estamos hablando de una técnica, pero también estamos hablando del estado mental producto de la aplicación de esa técnica. Es decir, aprendemos meditación para vivir totalmente centrados en el momento. Aquí. Ahora.

Es posible que la mala interpretación se deba en parte al hecho de que en occidente el término meditación está asociado con pensar detenidamente acerca de algo en particular, mientras que dentro del contexto budista, meditación implica todo lo contrario, tiene que ver con un estado mental libre de pensamiento.

Aun cuando existen muchas prácticas, todas las escuelas coinciden en recomendar comenzar por aprender a mantener la mente centrada en un solo punto. De allí la importancia de aprender Shámata, la práctica básica donde trabajamos con la respiración para centrar y aquietar la mente.

Otra idea equivocada acerca de la meditación consiste en pensar que su práctica nos proporciona la oportunidad de escapar de los altibajos de la vida, de las rabietas y otras expresiones neuróticas o dificultades cotidianas. Por el contrario, al centrar y tranquilizar la mente, comenzamos a ver y a relacionarnos con cada uno de los matices de cada circunstancia desde una perspectiva más saludable y «trabajable» en vez de tratar de huir de ellas. Vemos las situaciones difíciles como «oportunidades» y no como «obstáculos» para nuestra evolución.

La meditación es una herramienta psicológica que reivindica la existencia misma; que nos permite entrar en contacto con la riqueza subyacente a la experiencia de estar vivos, brindándonos la posibilidad de utilizar todo lo que sucede como oportunidad para el trabajo interior. La meditación nos enseña el arte de vivir.

Cuando buscamos enseñanzas espirituales huyendo de problemas e insatisfacciones, esperamos que estas nos ayuden a distanciarnos de la experiencia de esa vida cotidiana que nos agobia, pero al hacerlo, incurrimos una vez más en nuestra conocida tendencia a la evasión. Lo que nos dicen las enseñanzas del Buda es que si continuamos evadiendo todo lo que está pendiente por resolver en nuestras vidas, continuaremos privándonos a nosotros mismos de la oportunidad de liberarnos definitivamente de lo que realmente constituye «la causa» de todos estos problemas e insatisfacciones. También nos dicen que «la causa» de nuestros pesares no está afuera sino dentro de nuestra propia mente. Por eso necesitamos aprender meditación. Esta nos brinda la posibilidad de entrar en contacto profundo con nosotros mismos, de ser honestos en la mirada, de encarar nuestros temores y acercarnos a la verdad.

El budismo hace énfasis en el valor de la experiencia personal. Ningún escenario mejor que nuestra propia vida diaria. Al abordarla desde el contexto de la meditación, todo lo que sucede se convierte en una revelación que nos enseña algo acerca de nosotros mismos y aprendemos a vivir acompañados de una actitud entusiasta y jubilosa. Comenzamos con la meditación Shámata que es una técnica muy sencilla donde se trabaja con la respiración. La mente se aquieta y el cuerpo se relaja. Una mente tranquila comienza a aproximarse a la posibilidad de ver las cosas con son cuando están libres de nuestras interpretaciones. Esa claridad nos permite actuar de manera más apropiada y beneficiosa tanto para nosotros mismos como para los demás.

Utilizamos la meditación como herramienta psicológica y medicina preventiva. Al ver las experiencias cotidianas como «oportunidades» para la transformación interior, facilitamos el trabajo con las emociones negativas y las situaciones difíciles. Al tomar consciencia de que todos estamos igualmente inmersos en la búsqueda de la felicidad, vemos con claridad nuestros patrones mentales habituales, identificamos comportamientos equivocados y nos centramos en el camino que conduce a la satisfacción, a la alegría, a la salud y la paz como forma de vida.

Cuando pequeños, tendemos a asustarnos con sólo pensar acerca del infierno. Creemos que se trata de un lugar terrorífico que está en alguna parte. Vamos creciendo y vivimos la vida arrastrando un sin fin de equívocos. Distorsiones e ideas preconcebidas acerca de cómo son las cosas y los seres nos mantienen andando por un camino que conduce siempre a alguna forma de sufrimiento.

Seguimos creciendo, y aunque parezca mentira, continuamos pensando que el infierno es un lugar aterrador. El asunto no está del todo claro, por el contrario, es bastante «oscuro» y no pensamos demasiado en eso, pero cuando nos toca, a pesar de nuestros estudios, logros, dinero, prestigio, realizaciones y todo lo demás, seguimos atemorizados pensando que como que está en alguna parte.

Así transcurre la vida de la mayoría de los seres humanos. Sin embargo, también existe una minoría que en algún momento se pregunta o despierta al escuchar… ¿Y qué si no necesitamos ni movernos para encontrarlo? ¿Y qué si no se trata de un lugar en alguna parte sino de una experiencia interior? ¿Y qué si no se trata de un lugar allá afuera sino aquí dentro de nuestra propia mente?

Al no querer aceptar la experiencia –la que sea- tal cual se está presentando, esa no-aceptación se transforma en agresión, y lo que comienza siendo tan sólo algo que sucede, termina convirtiéndose en una experiencia infernal. Claro que hay muchos tipos diferentes de infiernos, tan numerosos como los mismos seres, infinitos, porque cada uno tiene sus propios matices, su «estilo» de sufrimiento.

También sucede que cuando escuchamos la palabra infierno tendemos a pensar en una experiencia extrema, pero estos diferentes tipos de infiernos hacen referencia tanto a los estilos como a los niveles de intensidad con lo que se vive una determinada experiencia. Así tenemos que lo que llamamos un simple desagrado, una incomodidad o un malestar «aparentemente motivado» por ejemplo por una diferencia de opiniones, por una cola en el tráfico, por un retraso en una cita, por una gota que ensució mi camisa, por un dolor físico, en fin, por lo que sea dentro de nuestra común y corriente forma de vivir la vida, constituyen (no en sí mismas sino debido a nuestra forma de abordar cada una de las circunstancias) diferentes tipos de experiencias infernales.

La experiencia infernal surge de una elemental agresión. Agresión es lo opuesto a paciencia. La agresión es una opción. Paciencia es también una opción. En el contexto budista, paciencia tienen una connotación diferente a la que conocemos en occidente.

Paciencia, nos dicen las enseñanzas, implica tener la apropiada relación o intercambio con la situación tal cual es y usted se sabe y se acepta como parte de la situación y no separado de ella. El estudio y la práctica de la meditación propician una «repotenciación» de la experiencia ordinaria al valorar todo lo que sucede. Si cada experiencia me plantea una opción y dependiendo de la opción que yo escoja voy a vivir la experiencia como «cielo» o como «infierno», entonces tengo que prestarle más atención a mi forma de pensar, de hablar y de actuar. Allí es precisamente donde nos ayuda la meditación.

Nuestra percepción y común interpretación de las circunstancias nos lleva a pensar que existen muchas. Con frecuencia palpamos su presencia en nuestras vidas, en la de nuestros familiares, amigos, conocidos, dentro de la comunidad, el país, el planeta…, y cuando tratamos de enderezar las cosas basándonos en lo que para nosotros es bueno o malo, con frecuencia terminamos generando rabia, resentimientos, malestar físico y mental, descontrol y agresividad. Generamos mucha negatividad. Esa negatividad nos perjudica tanto a nosotros mismos como a los demás y terminamos sembrando las mismas malas hierbas que queríamos erradicar.

La negatividad no puede trascenderse a través de la negatividad. No podemos liberarnos de ella si lo que hacemos es volver a incurrir en lo que tratábamos de eliminar. La generación de rabia y agresividad, la ejecución de la violencia como vía para lograr diferentes objetivos surgidos desde nuestro propio territorio personal y egocéntrico, como la solución más rápida y efectiva a los problemas, lamentablemente siempre ha estado presente acompañando a los seres a través de su historia.

Afortunadamente hemos despertado a la imperativa necesidad de que esto empiece a cambiar. Tomamos conciencia de que debemos comenzar por nosotros mismos. Necesitamos de una transformación. Emprendemos la meditación.

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